Se llama Alfredo. Y fue un niño simple y travieso como cualquier otro. Vivió en Cuba en los años en que aun no había llegado la desgracia político-social, pero eso es otra historia. Se crió en un medio familiar que le inculcó los mejores valores morales; ética que lleva hasta nuestros días. Por eso a veces parece un ser sacado de contexto.
Tuvo una infancia feliz y una adolescencia donde ya los cambios sociales perturbaban a los cubanos. Fue de los pocos o de los muchos que comenzaron a rebelarse contra la intolerancia. Hubo quien escapó al régimen mientras otros fueron detenidos y apresados. Alfredo fue de estos últimos.
Vivió la cruenta miseria de la cárcel en carne propia, lo que marcó para siempre su vida y su destino. Fueron diecinueve años enfrentando día a día lo que casi nadie soporta, subsistió entre los más bajos instintos y sentimientos en un medio totalmente hostil donde se prueba el límite del ser humano. Si sales ileso es un milagro.
En la cárcel mantuvo la dignidad que lo caracteriza y fue profesor de sus compañeros de celda, intentando en noble labor altruista, llevar la enseñanza a quienes veían la luz que redime e indulta de todo pecado: el estudio. Tuvo detractores y aliados, fieles compañeros de toda obra de bien.
Salió de la cárcel para el país de la Libertad, Estados Unidos de América. Llegó –como casi todos los que llegan- con una mano delante y otra atrás pero con un objetivo muy bien definido. Tuvo –de nuevo- al mundo frente a él pero esta vez con todas las de ganar.
Empíricamente se apropió de conocimientos y técnicas literarias, que fue puliendo poco a poco con ayuda de algunos amigos y comenzó a escribir. Primero, libros que hablaban de la cárcel y de compañeros de prisión que injustamente fueron olvidados pero que él se encargó de dejar sus huellas impresas en la historia en digno homenaje de un hombre a otros cuyo valor los valida para siempre.
Desarrolla una notoria labor promocional y forma parte de una de las editoriales más prestigiosas en la ciudad de Miami, Publicaciones Entre Líneas, dirigida por la certera mano de Pedro Pablo Pérez Santiesteban, poeta y escritor que sabe sortear el mar apacible o turbulento de las letras.
Alfredo es uno de los escritores más prolíficos de nuestros días. Forma parte de la Academia de Historia de Miami y es Consejero Cultural del Centro Unesco de Puerto Rico. Llegó a ser Presidente de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional (ANLMI) en el capítulo de la Florida. Son tantas sus condecoraciones que no alcanzaría esta página.
Se podría escribir un libro sobre él titulado: Alfredo A. Ballester: tesón y voluntad, historia de una pasión; pero en quinientas palabras no puedo decir más. No ha perdido su humildad, en el fondo sigue siendo el niño simple y travieso de antaño, el amigo de Hemingway en su infancia.
Mercedes Eleine González
Miami, 10-16-2018
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