Parálisis Facial

«Para los que siempre están»

Después de cuarenta años de pesadillas y terror; salvado solo por una desesperada necesidad de escribir, que su irreconocible belleza diera un tiempo de felicidad menos prolongado, que dé mi corazón, un latido. No me siento dispuesto a aceptar la verdad de lo que creí descubrir en el espejo aquella mañana.

No creo encontrar en las palabras el aliciente necesario que antes cambiaba el violento ritmo de una tristeza descendida, de no sé dónde, como para que estas ahora, logren cambiar la imagen que caminaba hasta el espanto en mi rostro.

Existen motivos para creer en su totalidad o en parte, una alucinación; y sin embargo, su realismo no se desdibujaba ni con el limpiador de vidrio. A veces de tanto querer ser, llegas terminando siendo. Y pensé por un momento, que el espejo comenzaría a develarme el monstruo que habitaba en mí y vendría a hacer para el espejo público un Dorian Gray. Una transición poética y revolucionaria de un sistema de vida anclada en la monotonía; pero no, no era esa mi dicha.

Si antes ameritaba esfuerzos atravesar mi mirada, ¿cómo sería ahora, que de un lado, venía siendo sepultada por la lápida de mis parpados?

Un beso desorientado y mudo, mis besos, que hablaban más que mi madre y solo eran para ti.

No poder dejar caer el telón del otro lado donde en la oscuridad de mi escenario localizaba mis historias bordadas.

Yo, que he podida darles forma a historias inventadas ¿Por qué no puedo deformar esta verdad? Tendré que pasarme el resto de mi vida machacando pensamientos sombríos, removiendo charcos y evitando los espejos.

La evidencia de tener más amigos que amantes no sucumbió la huida de los otros y no me quedé solo. A veces, de tanto decirte algo terminas creyéndolo y de tanto creértelo terminas siendo.

Hoy, me dijeron príncipe, sin tener reino; hoy, mi rostro no alcanzó el espejo porque resulté ser más grande, me he arrodillado hasta el beso sobre un charco y no he visto el monstruo.