No tengo ni idea de qué hacer. Mi visibilidad se reduce a cero. Curiosamente, a pesar de estar empapado, no siento frío… tampoco calor, sólo siento unas ganas locas de salir de aquí, aunque realmente no sé ni adónde voy. Este lugar es demasiado pequeño para mí, y demasiado húmedo. No sé cómo he llegado ni cuánto tiempo llevo aquí, pero sí sé que quiero abandonar esto, salir cuanto antes. Pero me pregunto cómo lo hago, hacia dónde me dirijo para encontrar una salida, si es que la hay. No sé si podré superar esta situación o si moriré en el intento. Me inclino por lo segundo por el agobio, el estrés y las prisas que me han entrado. Soy como un drogadicto que comienza a sentir la necesidad de darse un nuevo chute, aunque es la primera vez que me pasa. Tal vez deba esperar a que se me pase el ansia que me está asfixiando, que sólo sea cuestión de tiempo, pero mi necesidad es imperiosa. ¡Quiero salir ya!
Me remuevo, con la dificultad que ofrece el poco espacio del que dispongo, y sólo encuentro obstáculos. No acierto a saber si hay un arriba y un abajo, no puedo saberlo sin punto de referencia donde fijarme, aunque tal desconocimiento no merma mi ansia de querer dejar este angosto lugar. Si toco las pareces éstas ceden, aunque poco, mi fuerza y mis armas no son suficientes para agujerearlas; la primera porque tal vez yo sea un ser débil, la segunda -mis armas- porque carezco de ellas.
Hay algo que me sujeta pero no consigo saber a dónde. ¿Y si mi razón de ser es estar aquí? ¿Y si no tengo opciones de cumplir con mi propósito porque soy parte de este todo exento de luz que me hace ser quien soy? Si así fuera sería hartamente frustrante y, además, me niego rotundamente a aceptarlo. Ha de haber un aliciente en algún sitio. Estar aquí en intolerable, claustrofóbico, no lo soportaré mucho tiempo más.
Soy incapaz de despegar mi cabeza de una de las paredes y empiezo a sufrir una insoportable ansiedad. Necesito poder disponer de más espacio y no estar tan limitado, quiero poder moverme… y lo voy a hacer. Empujo con la cabeza dirigiendo mi fuerza allí donde siento la presión, empujo más y más, pero sin resultado. Descanso unos minutos, el tiempo suficiente que me permite tomar fuerzas, y vuelvo a empujar, ahora con más ganas pues he de superar este traumatizante estado en el que me encuentro.
Un nuevo descanso y un nuevo empujón. ¡He de salir! Y, por fin, salgo. El líquido amniótico ha desaparecido y oigo voces:
¡Hijo mío, hijo mío!
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