Una Semilla de Ají.
Por Ana Suárez.
Observo en mi mano una pequeña semilla de Ají, ha llegado, la esperaba desde hace meses, ha viajado cientos de kilómetros, pero aquí está, en la palma de mi mano. Una semilla de Ají procedente del patio de mi abuela Azucena, no puedo evitar evocar el olor de los ajíes friéndose en una olla, que me lleva a los primeros años de mi niñez y mis comienzos en la cocina de la mano de mi abuela.
Me parece estar escuchándola:
– ¿Milagros, le quitaste la semilla a los ajíes?, mira que si no, después la comida quedará picante y nadie la comerá, a ver muchachita, vamos a ver si le quitaste las semillas…, se acerca y da una mirada de satisfacción, lo he hecho tal cual y como me ha enseñado.
Salí al patio esa mañana, agarre los frutos de la mata que está junto al paredón, los ajíes más grandes, los más bonitos, esos de color rojo brillante, les quite el tallo y después de lavarlos los corte longitudinalmente, teniendo cuidado de no tocar las semillas al retirarlas, ya una vez me quedaron las manos ardiendo por su contacto, con la mala suerte que me frote la cara sin darme cuenta, aún recuerdo el escozor, y a mi abuela aplicándome una de sus pomadas, mientras iba soltando una regañina:
– ¡Pero muchachita!, ¡te lo he dicho, una y otra vez, retira las semillas con la cucharita, si las tocas lava de una vez las manos, ay Milagros!, ¡no me escuchas!, espanta los pajaritos de la cabeza y concéntrate, mira que cuando yo me vaya, tú serás quien siga con las recetas de la familia, a tu edad, ya yo ayudaba en la cocina a tu bisabuela Bartola, nunca me piqué, era más chica que tu, cuando comencé a andar entre las ollas de tu bisabuela.
Ese día tuve especial cuidado, era un día festivo y preparaba uno de mis platos favoritos, ese que es muy típico cuando llega febrero con sus primeros días de sol y brisas cálidas, que anuncian que después del miércoles de ceniza llega semana santa, las iguanas colgaban en la cuerda para tender la ropa, en el patio, esperando que mi tío Emilio les retirara la piel, para que luego Mamá las cocinara, ese día me tocó cortar los aliños y ver la preparación en primera fila, mi tía Delvalle se encargó de los plátanos e hizo la bola, fue un día especial, vino toda la familia a comer, fue un almuerzo muy divertido.
Hoy viendo esta pequeña semillita, que encierra tantos recuerdos de mi niñez, no puedo evitar sonreír y recordar a mi abuela, me parece oírla dándole las indicaciones a mi madre de cómo se debe sembrar, en qué mes y con qué luna, para que la mata crezca sana, fuerte y le de muchos ajíes a su niña Milagros, que se fue a vivir a un lugar donde no se da este tipo de ají.
OPINIONES Y COMENTARIOS