Un día Sofía despertó deseando besar a otra chica.
Abrió los ojos y notó sus labios húmedos, su parte de abajo húmeda y sus pezones duros.Su chico aún dormía a su lado, ni siquiera se movía. Ella sin embargo notaba como todo su interior se estremecía por dentro.
No sabía por qué, pero necesitaba sentir los labios dulces y delicados de otra mujer, sentir sus manos acariciándola y observar detalladamente, sin miedo ni vergüenza las curvas de otro cuerpo femenino.
Así que, sin pensar mucho, deslizó sus manos por el interior de su pijama y empezó a acariciarse pensando en otra mujer. Sin cara, sin nada, simplemente en otra mujer.
Se dejó llevar, cerrando los ojos e imaginando cómo la tocaría y cómo dejaría que la tocase. Sentía el pelo largo de otra mujer rozándole el ombligo, bajando poco a poco hasta sentir una lengua húmeda en su sexo. Notaba unos dedos rozándole el clítoris, lengua, dedos, lengua y la larga melena, que le hacía cosquillas entre sus muslos.
Gemía de placer mientras se tocaba los pezones con una mano y se acariciaba el clítoris con la otra.
De repente, notó de verdad unas manos que la tocaban. Pero las manos no eran finas ni delicadas, sino grandes y toscas. Aún así, estaba muy húmeda y se dejó tocar, sin abrir los ojos, quería seguir imaginando.
Las manos le agarraban fuertemente sus pechos, como si quisieran aplastarlos hasta hacerlos desaparecer. ¿Dónde estaba la delicadeza de su imaginación? ¿Dónde se había metido? Lo húmedo se iba secando. El deseo iba disminuyendo. Hasta que finalmente, abrió los ojos.
Su novio la miraba excitado y ella solo pensaba en quitárselo de encima. Así que pensó rápidamente una excusa para dar por terminado el acto.
– Cariño perdón, pero tengo que ir al baño.
Se levantó desnuda y se dirigió al lava
Se miró en el espejo. Tenía una bonita sonrisa, unos ojos grandes y marrones y una larga melena castaña. Sus pechos eran grandes, un poco caídos, pero lo normal.
Tenía unas curvas pronunciadas y el pubis depilado.
Se sentó en la taza del váter, sin que le saliese la más mínima gota.
Y allí sentada, lo supo.
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