Daba vueltas perdida por las calles y sin saber a donde ir. Su brújula estaba rota, como a ella la habían roto por entero. Pensaba que sólo un milagro la salvaría de una muerte en vida, o de la otra muerte, la que no tenía retorno.

De llegarle alguna señal, arrancaría el puñal enterrado tantas veces y a mansalva por la espalda, curaría sus heridas, y repararía su brújula para que la guiara, esta vez, hacia un norte más seguro. Necesitaba con desesperación creerlo posible.

No sabía precisar en qué momento comenzó la pesadilla, pero de pronto, de tener una vida idílica de romance de cuento cambió a otra, en donde las palabras fueron carcomiendo poco a poco su autoestima y tambaleando su razón, como la gota de agua que paciente horada la piedra, por más dura que parezca.

El primer grito le llegó por sorpresa, luego se fueron sumando las miradas que amilanaban, los largos silencios que enloquecían, los secretos que daban malas ideas, las críticas, los desplantes, los desprecios.

Pasó de ser su todo a ser su nada, y como suele ocurrir casi siempre en estos casos, la progresión de eventos no se detuvo; y entonces llegó el primer golpe prometiendo que habrían más, sin avisar, para que la crispación y el miedo se convirtieran en su estado permanente.

¿Pero a quién decirle todo esto?, ¿Alguien iba a creer que aquel caballero y mejor persona era capaz de algo así?

¡Es tu culpa por no saber llevar tu casa como Dios manda!…¡Es tu culpa porque no lo comprendes!…¡Es tu culpa por haber engordado!…¡Es tu culpa por no darle en la cama lo que necesita!…¡Es tu culpa!…¡Es tu culpa!…¡Es tu culpa!…Siempre es tu culpa…

Y entonces esa mañana, aprovechando que él había salido y sin saber bien lo que hacía, tomó la calle, perdida y esperando encontrar una señal que la llenara de la fuerza que ya no tenía, un pequeñito rayo de luz sobre su oscuridad. De pronto se le presentó a un lado de la acera, parecía una tontería pensar que eso significara algo; pero una voz interna le decía que no dudara. que esa era la señal que buscaba.

¿Pero un peine?…sí…sí…esa era la señal, aunque ya podía ser una moneda, un billete de tren usado o un juguete roto. Lo que fuera…¡Por Dios, lo que fuera!

Lo recogió y se aferró a el confiando, se peinó, enderezó el esqueleto, levantó la mirada dando gracias al cielo, se secó las lágrimas y dejó el miedo atrás, esta vez ya para siempre.

¡Sabía que se había salvado!

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