LA HERMOSA PAULETTE

LA HERMOSA PAULETTE

Entra el mago en el desván y un tropel de recuerdos lo invade. Cree oír los aplausos de un público entregado: los ¡ohhh!, los ¡ahhhh! Exclamaciones de asombro, de perplejidad ante lo imposible. Pero inmediatamente los vítores se disipan, desaparecen sin más…

Pasa frente a un espejo y se ve decrépito. Ni siquiera conjugando la magia especular con el humo, con las sombras y las luces conseguiría la ilusión de verse joven y ágil.

En el armario está su alcanforado traje de Mandrake: el sombrero de copa alta, los guantes blancos, el elegante bastón, el pañuelo de seda… y el deslumbrante vestido de lentejuelas de Paulette.

Paulette, la hermosa partenaire, hace décadas que se marchó. No soportaba aquella vida itinerante. Todo el tiempo de aquí para allá en la destartalada camioneta, malcomiendo, durmiendo al raso o en hoteluchos de mala muerte… Un día Paulette se fue…

Hace poco el mago vio su retrato en el periódico. Paulette había sido víctima de una brutal agresión. Murió un día después del asalto. Afortunadamente capturaron al criminal.

El mago cabalga una moneda por los dedos esclerosados. La moneda cae al suelo, rueda, tintinea, traza un vórtice y se detiene mostrando su envés…El mago se agacha con esfuerzo, la recoge y vuelve a intentarlo. Ha de ponerse al día, ensayar sin descanso; debe superarse, debe hacerlo por Paulette

Ahora extrae de un estuche unos naipes Bicycle y en el baraje se indisciplinan las cartas y se desparraman todas por el suelo; ¡qué lejos quedó aquel tiempo cuando con una sola mano barajaba, mezclaba, volteaba, hacía cascadas, florituras y abanicos…

Se prueba el smoking. La camisa le queda estrecha, también el pantalón que le cuesta abotonar. Los zapatos le aprietan pero no como para impedirle dar una función, la función benéfica que tendrá lugar ese fin de semana en memoria de Paulette y que será la última que dé en su vida.

Los primeros números son divertidos juegos de cartas. No lo hace del todo mal: el público aplaude. Ahora le toca el turno al truco de la guillotina.

El mago hace una demostración de la eficiencia de la máquina colocando en el cepo una coliflor que la hoja de filo inclinado cercena con suma facilidad.

Necesita un voluntario.

— Usted mismo—dice señalando a uno de los asistentes que niega con la cabeza.

Todo el público lo anima, algunos cacarean llamándolo gallina. Tres frases del mago bastan para convencerlo.

Sube el voluntario al escenario. Con delicadeza el mago lo acuesta sobre la báscula posterior y lo empuja suavemente al trangallo o cepo donde su cuello queda aprisionado. El mago, antes de proceder, se inclina sobre el voluntario y le susurra algo al oído.

—Esto es por Paulette—dice al tiempo que acciona un resorte.

La cuchilla cae sobre el cuello separando la cabeza del tronco a la altura de la cuarta vértebra cervical.

El público prorrumpe en vítores, aplaude efusivamente: nunca los reclusos del Centro Penitenciario habían visto un truco semejante.

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