Tano un obrero rudo y leal. Blanco demasiado, se lo pasaba siempre bajo techo, trabajaba desde antes que amaneciera y salía con la luna.
Ely acostumbrada al sol del Caribe, rodeada de gente muy de la piel para afuera, no porque fueran malos solo era la vida que les había tocado. Aburrida asqueada de tener todo, salió de su circulo acomodado y de regreso a Buenos Aires, desistió de volver a su Barrio Palermo Viejo y se fue a Barracas, solo para saber que se sentía y ver desde la vereda de enfrente a «Los Pitucos».
Caminando se perdió entre galpones y al borde de un ataque de pánico, montada sobre sus botas taco aguja adquirida en París, tropezó bajo una luna pálida y cayó justo sobre el pecho fuerte de Tano, que ni en sueño, esperaba que el destino, le tirara en sus brazos humildes a «una pituca». Fue una química instantánea que los encontró temblorosos por el susto. La chispa de dos mitades que se encuentran. Ella desvanecía y él sin saber que hacer y cómo explicar a otros, la procedencia de tan excitante paquete, siguió su marcha rauda hacia su hogar con una mujer en sus brazos, como si cargara una pluma.
Chaqueta de cuero, camisa seda escote en v y pollera cuadrille y un pelo largo lacio, una diosa argentina, de piernas largas interminables.
Tano con cara de pocos amigos, entró al conventillo directo a su departamento y la dejó sobre el catre, de colchón de lana, cubierto por un cubrecama de la abuela, «tela de cebolla» (gastada por el tiempo), esas herencias de familia pobre.
Y se fue directo al baño, donde se baño al jarro, las transpiración de un largo día de trabajo. No era un carilindo, sus facciones marcadas de descendencia italiana, recio y varón, la nariz desviada típica de boxeador. Alguna vez, como muchos, había pisado el ring con la intención de salir de pobre.
Cuando entro a la habitación pudo mirar mejor a «la pituca», su piel brillante tostada, un cuello largo y unos senos duros, que se adivinaban bajo la camisa.
Ella abrió los ojos y otra vez sentía que perdía la noción del tiempo y el espacio, tales síntomas, no eran otra cosa que la presencia varonil. Perdido en los ojos negros que lo atrajo hasta fundirse en la piel de ella y se amaron, sellando sus corazones en uno.
Ella olvidó las sábanas de seda y siento la aspereza del colchón raspar su piel, como un placer más. El amanecer los encontró agotados, enroscados en la colcha de la abuela.
Ely cambio el caviar por el contigo pan y cebolla.
Las familias de ambos, no pudieron comprender este amor y lloraron la pérdida de sus hijos, como si hubieran muerto.
La pareja paria, en otra geografía, echó raíces y levanto LA FAMILIA superando el pasado y el devenir de los presentes.
Dos ancianos que miran a sus nietos, con ojos teñidos de una tristeza vieja que no los abandona.
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