Gracias a ti soy abstemio, hoy lo cuento con orgullo frente a familiares y vergüenza entre mis amigos, qué otro remedio, convertir aquello que me hacia olvidar las penas, en la pena misma. No salía de los bares sin probar la misera medida de mi alegría, una pequeña dosis para el camino, otra para olvidar y otra para brindar por la tierra y el cielo.
Y es que quien toma lo sabe, no se hace vicio si el beber tiene un motivo y motivos sobran para darle alivio al cuerpo, pero tú, maldigo la hora en la que tú te me hiciste vicio, compartías el mismo sazón de limón y sal, compartías el mismo aroma a frutos secos y después de una noche, solo una noche de haberte conocido, supe que después no sería el mismo.
Y aquí me tienes, sentado en el mismo bar, con el mismo caballito esperando a ser bebido, con la misma botella cara del tequila que bebías conmigo y te burlas como un eco en mi cabeza siempre certero, me dices mentiras al oído y te veo y para eso no necesito estar ebrio, estas ahí, porque cierro los ojos y te encuentro, pero si llegara a tomar un sorbo, volverías tú con todo tu recuerdo, esos ojos, esa cara, ese cuerpo, esa nostalgia del ser que te acompaña, esa mirada casi pasiva y serena, ese ser tuyo que abandonas con cada palabra, esa frescura bañada de calidez humana y perfección divina, simplemente exquisita.
No, yo no vuelvo, ni a sorber el aroma de ese maldito momento de tenerte y perderte, a hacer liquidas tus caricias, ni tu saliva en mi cuerpo, yo no vuelvo. Serás prohibido agave, serás prohibido sabor a manzana y chocolate negro, toda una delicia maldita, todo un color ámbar tus besos.
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