La pasión que le ponía mi padre, siempre había sido motivo de orgullo: trabajo, constancia y amor por la cocina. Nunca olvidaré aquellas palabras que repetía una y otra vez: “cocinar no solo es preparar comida, es ofrecer un viaje de ida y vuelta”.
Me siento como el alquimista, que partiendo de elementos básicos, va investigando y combinando variedad de ingredientes hasta dar con el balance y equilibrio justo. Y todo ello con un único objetivo: ofrecer placer a los sentidos, en un breve pero intenso espacio de tiempo.
Mi pasión, no ha cedido un ápice. Me encanta mi trabajo y cada día intento lo imposible para superarme. Pero seguía sin comprender la esencia de aquello que mi padre me decía: “un viaje de ida y vuelta”.
Nadie mejor que yo comprende que la comida es un viaje para los sentidos, eso lo tenía claro. Cada cocina aporta unos aromas que definen su cultura, su carácter, su esencia. Matices que impregnan la pituitaria y permiten desgranar los ingredientes por separado, en un juego «detectivesco», intentando averiguar cuáles son y preguntándonos cómo es posible que su mezcolanza produzca ese estallido de sensaciones. Nariz, olfato y vista juegan un papel esencial en el festival de los sentidos. Y ahí está la cocina, que con su magia, consigue hacer de la necesidad, virtud.
Un día, en el servicio de la cena del sábado noche y tras supervisar a mi equipo, salí al salón para saludar a mis clientes, ya amigos, que venían al restaurante. Satisfechos, me felicitaban mientras me contaban cómo les había ido la semana con sus negocios, la familia etc.
De repente, mientras seguía conversando, algo me sacudió tan fuerte que tuve que excusarme y levantarme de la mesa. Mis pasos se dirigieron hacia el fondo del salón y antes de poder ni tan siquiera saber ni quién ni cómo, mi cuerpo se detuvo y mis ojos se cerraron por un instante. Cuando volví a abrirlos, allí estaba mi padre, con su delantal, cogiendo una silla de una mano y una copa de vino con la otra. Se acercó y me susurró, esbozando una sonrisa:
– ¿Ves? Al fin has entendido lo que te dije acerca del viaje de ida y vuelta.
Por un instante dudé hasta de dónde estaba y rápidamente asocié aquella visión al olor que procedía de la mesa dos. Me acerqué y pude comprobar, como un niño, estaba recibiendo la bronca de su padre por haber dejado una piruleta cerca de las velas que calentaban la fondue que tenían en la mesa. El olor a cereza artificial era aún intenso.
-¿Todo bien? – Dije.
-Sí, disculpe las molestias; el niño que es un trasto y no se le puede dejar solo.
Dibujé una sonrisa y acaricié la cabeza del niño antes de marcharme.
Por fin entendí qué quiso decir mi padre. Me lo dijo en aquella cocina, acercándose con una silla y una copa de vino, mientras le miraba con orgullo, saboreando una piruleta.
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