Pasé saliva y todavía tenía trozos de dulce ínfimas partículas que chocaban con las papilas gustativas y enviaban un mensaje de placer al cerebro que generaba dopamina, el olor del pastel que se estaba horneando me tenía extasiado era una música de piano suave que entraba por mi nariz que al mezclarse con el dulce que todavía tenía en mi boca golpeaba una melodía como un violonchelo, interpretaban una pieza musical exquisita y cuando comí una pieza de ese pastel una orquesta vibro dentro de mí y en otro lugar al mismo tiempo como la de «Puerto Candelaria» que escuche en mytube.
Allí era un micro-paraíso de esos que se guardan en la limitada tierra de los sentidos, un minúsculo portal donde cruzaban por milésimas de segundo desde el mundo de las ideas ,lo ideal pero se marchaba devolviéndome a esa realidad pálida hasta que comía otra rebanada.
Su sabor comenzaba con un golpe en la parte superior de mi lengua eran impulsos eléctricos que viajaban desde esas terminales nerviosas a través de circuitos más complejos hasta mi cerebro donde se interpretaran como un sabor, pero a mí no me han construido para que solo fuera el sabor lo que sintiera sino que mis sentidos me transportaban a un mundo de imágenes y sonidos para poder comprender de alguna manera esa energía que ese sabor y ese olor le daban a mi anatomía artificial todas mis sensaciones se almacenaban para que las pudieran estudiar los científicos del proyecto sinestesia.
Lo primero que comí cuando salí de la incubadora y apenas era un niño fue leche materna su sabor era una cálida estrella gigante azul que veía cada vez que la tomaba, me llenaba la boca y bajaba por mi garganta hasta calentar mi estómago y su sonido era un arpa que me arrullaba como cantar de pájaros.
El laboratorio donde nací ya no existe pero extraño de allí los banquetes, el pavo para navidad que sabía a correr en un desierto, la sal siempre me daba esa sensación de falta de agua tal vez por eso veía aquellas imágenes y oía guitarras españolas con golpes secos, lo que evitaba consumir era la cerveza, aguardiente y cualquier bebida alcohólica me llevaban a un mundo frió, sombrío como un cuarto oscuro con una pequeña luz y violines apagados con guitarras desafinadas era de melancolía su sabor.
Recuerdo cuando olí el perfume de la doctora Esmeralda era como cuando un lápiz roza el papel, su sonido era el de la punta deslizándose por la hoja mientras se escribe un cuento de esos que se ocurrían en tiempos de pandemia, la punta golpeaba el papel al compás del reloj que se encuentra en el corazón ,una persecución de las letras tratando de alcanzar al lápiz para que no se escaparan las ideas de ese minúsculo portal que siempre se abría en milésimas de segundo a través de los sentidos.
Bitácora-A-1121 soy Humanoide-CH-1991 termina mi comunicado del día 01/12/3200 tal vez después seguiré grabando esto para ti.
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