Ella se había ido así como la última flor del verano, se marchó y él se quedo solo, pero no solo como se entiende comúnmente a la soledad sino SOLO.
Los días pasaban y pasaban, hasta que ya no pudo soportarlo más y se quebró en un llanto angustiante que inundó la cocina entera, hasta las ollas y los cucharones se opacaron de pronto por su tristeza.
Tantas veces lo habían escuchado cantar como también unas 1500 veces pronunciar su nombre: «Roxana» seguido de esa frase inevitable que siempre lo acompañaba: «Roxana
que dulce eres Roxana…»
-Pero, ¿Ahora qué?- dijo la cacerola, – ¡Corre el gran peligro de ser despedido o lo que es peor, hacer mal la comida del rey y hasta caer en desgracia! –
-Y, ¿qué pasará con nosotras?- dijeron en voz alta las ollas.
-¿Y con nosotras? dijeron también las cucharas.
Se armó lindo cotilleo en toda la cocina, se metieron las hortalizas que siempre se meten, las endibias y hasta unas empanadas; pero la nota disonante la dio un limón que se cayó de la alacena rodando seguramente apurado por dar su opinión.
-Ya sé, ya lo tengo-dijo, -convenzámosle entre todos que haga una mermelada tan dulce como su amada…yo sé que él conseguirá fabricar su sabor, el mismo que tenía ella cuando estaban juntos-.
-¡Es verdad!, tiene razón el pequeñín, si logramos que recupere su confianza y además trasforme su pena en algo creativo mataremos dos pájaros de un tiro, volverá a la cocina y ya no extrañará tanto a Roxana!- dijo el cucharón que se agitaba colgando de la pared.
Fue así, entonces que el virtuoso y melancólico cocinero sobornado por los habitantes de su cocina puso manos a la obra sin esperar mas tiempo.
Todo estaba en buen camino, o casi, porque la idea era hacer una mermelada dulce como Roxana, una y otra vez conjuro en sus ollas frutas, flores y hierbas azucaradas buscando ese sabor que ella producía en sus labios cuando la besaba, -¿Cómo podré conseguir emular sus besos en una mermelada?-, pensó en voz alta, -pero…necesito poner algo de ella… ¿Pero qué?, si ya no me queda nada, se ha llevado todo-.
Ya casi vencido decido hacer la ultima prueba, puso otra vez los ingredientes en la cacerola batió y batió todo sobre la estufa con mucha expectativa.
¡Una vez más lo probó y nada!… ¡no era su sabor!, ¡no era ella!
Ya resignado y sin más fuerzas, con una tenue sonrisa, recordó sus ojos como lo miraban y dejo caer sin querer en la mezcla una lágrima, la olla que lo estaba observando le dijo: -Prueba, prueba otra vez, ¡ten fe!…- el joven cocinero le hizo caso y su corazón se llenó de fiesta al saborear a Roxana en una cuchara.
-¿Pero como puede ser?-, preguntó el muchacho.
-¿Cómo?-, contestó la olla, -te faltaba algo de ella y tú lo has puesto con esa lágrima.
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