José Francisco, era un primo y compañero de estudios que me invitó a celebrar su cumpleaños en Guaribe, tierra que lo vio nacer, una población de la provincia venezolana, lugar donde las fiestas la celebran con música, baile y el deleite de la comida típica de la región llanera. Para llegar a su pueblo natal había que recorrer más de trescientos kilómetros en bus.
El día de la partida, José y yo nos levantamos a las cinco de la mañana y salimos rumbo a la estación de pasajeros ubicado en el centro de la capital. Allí tomamos el bus, único transporte que viajaba hacia esa zona de la provincia venezolana.
Después de dos horas de viaje, el colectivo hizo la primera parada obligatoria en los Alpes, una zona boscosa con árboles de gran tamaño parcialmente cubiertos por la neblina y un clima frío. El sitio era muy acogedor y en el funcionaba un restaurante donde servían como desayuno el exquisito «perico criollo» acompañado con arepa, aguacate, tajadas, queso blanco y una taza de café.
Después de aquel desayuno tan exquisito, continuamos nuestro viaje con la barriga llena y el corazón contento. Atravesamos «El parque Nacional Guatopo», una zona selvática con un clima frío y abundante neblina, donde pudimos apreciar las corrientes de agua cristalina que bajaba de la montaña. Al salir de aquella zona montañosa, se escuchó la bocina repetidamente avisando que nos acercábamos a pequeños poblados donde se quedaban algunos pasajeros residenciados en esa zona. Una vez que los pasajeros descendieron, la buseta se puso en marcha.
Una hora después, la bocina se hizo escuchar de nuevo avisando que nos acercábamos al pueblo de Altagracia de Orituco, lugar donde dejé sembrada mi adolescencia. El bus hizo nuevamente parada obligatoria en la entrada del poblado con el fin abastecerse de combustible, descansar las piernas y cambiarle el agua al canario. Allí estuvimos unos quince minutos de descanso y luego continuamos rumbo a nuestro destino.
El camino hacia Guaribe era una hora más de viaje por una carretera de tierra, calor y polvo, con paradas obligatorias en varios poblados para dejar pasajeros, que hacían más fatigante aquel viaje interminable, pero al fin llegamos a nuestro destino, cansados, hambrientos y llenos de tierra por todas partes.
Al entrar al poblado, la corneta sonó varias veces. En la plaza bajaron algunos pasajeros, luego continuamos por las calles polvorientas del poblado hasta detenernos al frente de la casa de José Francisco. Los padres del primo salieron a recibirnos y el encuentro familiar estuvo lleno de mucho afecto.
Eran las cuatro de la tarde y el calor era agobiante, solo tuvimos tiempo para bañarnos, cambiarnos de ropa y participar en la fiesta de cumpleaños con una exquisita comida llanera: cachapas, con queso de mano y cochino frito y amenizado con las gratas notas musicales del joropo
venezolano:arpa, cuatro y maracas, que hicieron bailar a los invitados durante muchas horas
OPINIONES Y COMENTARIOS