GALLETA DE CAMPO

GALLETA DE CAMPO

¿Te acordás abuela cuando me hacías mate de leche? Mate de leche, galleta recién horneada y nata recién pescada del hervidor. Juntas untábamos la galleta tibia, ésa redonda como dos tetas pegadas, vacía, pura cáscara. Hueca, llena de sonidos cuando la golpeaba con mis dedos pequeños. Se rompía crujiendo. Estallido de migas. Dos lunas llenas, una para vos, otra para mí. Y luego partirla otra vez para conseguir las canoas más grandes y rellenarlas. La quebrábamos despacito, espiando por las grietas desde donde brotaba el vapor tibio. Crepitaba, se despedazaba en esquirlas que olían a pan, a horno, a leña. Nos sentábamos abajo del paraíso, en la mesita de chapa. Los gorriones, que ya sabían nuestro ritual, revoloteaban entre las ramas y se lanzaban sobre las migas que caían al piso de ladrillos. De todos modos, siempre quedaban algunas que juntabas en el delantal para tirarles en el fondo del patio, delante de los malvones. Llenabas el mate con la leche caliente que traías en la tetera de lata. Mientras yo lo tomaba, cubrías con pompones de nata espumosa los pedazos más grandes de la galleta y los coronabas con un velo de azúcar.

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