Un Parral Olvidado

Un Parral Olvidado

Gonzalo Torres

20/07/2020

Ha estado desierta por años, la casa de mi abuelo. Las voces y las risas se perdieron entre el pastizal, que lo ha tomado todo: el parque, la mesa de mosaicos, incluso la terraza y los árboles frutales. Solo escaparon la sólida vivienda, y el patio trasero, dónde un fresco e íntimo silencio reina debajo del parral. 

Su tallo, que ahora tiene la firmeza de los años, ha crecido siguiendo dócilmente la forma que la luz le dió al agua, al brotar de la tierra. 

Los veranos como este, mis hermanos y yo corríamos por la escalera de la terraza en una carrera por tomar las mejores uvas. Hoy ya no hace falta, pues nadie ha comido los racimos que penden sobre el patio, al alcance de la mano.

El velo pálido y virginal que cubre cada verde fruta cede al mínimo roce. La tensa cáscara de cada uva madura apretada con otras, confiere al racimo una rigidez uniforme, y abrigan, en el interior ahuecado, la frescura y la seda que han tejido algunos insectos ausentes. Los racimos se veían pequeños cuando el abuelo los tomaba con sus grandes manos y sonrío al verlos empequeñecer en las mías. No eran buenas uvas para el vino, y él las comía una a una. Así me las llevo a la boca y lo recuerdo al sentir la aspereza de la cáscara y una amargura fugaz y lejana. La voluptuosidad cede a la presión de la lengua contra el paladar y libera el dulzor del pasado. Me invade la boca y los recuerdos, y el viejo se hace irremediablemente presente, en mí y en sus uvas. Ya no tenían la insolente acidez que recordaba. Tal vez porque nunca habían alcanzado este grado de maduración, o tal vez porque mi paladar ya no es el mismo. En cualquier caso es el tiempo, que empaña de dulzor las picardías. Una tras otra dibujan en mi rostro una sonrisa y mis ojos se pierden entre las lajas del piso, cubiertas de hojarasca. El racimo ya casi se termina, y el dulzor satura en mi lengua y mis comisuras. Hoy saben a nostalgia, y antes al sabor de la niñez. Mis labios ya humedos escupen las semillas de las últimas uvas. Son iguales a las de antes, y a la vez tan únicas, en esta tarde de diciembre, con el triste sol lejano proyectando sobre la fachada de vidrio molido, la sombra del parral de mi abuelo.

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