Pollo con papas

Pollo con papas

José Gonzalez

20/07/2020

Las maestras eran aburridas, señoras de familia que habían caído en el magisterio por esos avatares que tienen todavía los pueblos donde ser maestra es una prolongación de esposa de alguien y vecina de todos. Enseñaban las tablas, los eclipses, y el ánimo de dios con igual pesadumbre. Justificaban todo con un sueldo, y se distraían a veces preguntando chismes. 

Preguntaban cositas. Se detenían en uno, se enteraban de vidas. Después quizás reunidas en la sombra de un recreo completaban los chismes que en todo pueblo habitan. 

Y la maestra iba pasando, uno a uno, preguntando: «¿Qué hicieron en las vacaciones? ¿Cómo fue el fin de semana largo? ¿Qué comieron ayer?» Arroz, arroz comíamos. En casa se comía arroz, arroz y papas. Arroz blanco, silencioso. Caliente arroz hervido, papas peladas con un cuchillo aserrado que las dejaba talladas cual diamantes arenosos. Papas hervidas con arroz. Tenían sabor a tiempo apresurado, a desgano y costumbre, a olvidos. Papas compradas con el tesón valiente de una madre soltera. Arroz que se atrevía a cualquier receta. 

Recuerdo que una vez, habrá sido verano (porque las cosas tristes sucedían en verano), dije con ese atrevimiento de los niños que ya estaba cansado de comer «solo papas y arroz». Era un decir, un gesto de tonto aburrimiento que los niños atreven. Después pasó la vida y una tarde ligera mi madre conversando rememoró esa queja. «No teníamos ni un peso y estos me decían que estaban cansados de comer solo papas y arroz hervidos.» El tiempo bondadoso con el que olvidan los padres me rescató de aquel antiguo enojo.

Los niños enumeraban los platos de esta tierra. Habían comido locro. ¡Los años que tardé en descubrir como era un locro! Alguien había ido hasta el río y trajo un pescado, un pescado de río oliendo a tierra y agua. Una abuela italiana hizo pasta. El padre de alguien asaba carne tierna sobre leña de monte. Y aquí y allá brillaban los aceites, el carbón, se alzaban los arbustos fragantes, hervía una olla cantando. Y la maestra iba, de flor en flor, curiosa. Entraba por la puerta y se quedaba un rato preguntando.

Entonces yo contestaba, como si fuese casual y la respuesta me viniese del fondo de la costumbre: «pollo con papas». Un pollo al horno con papas doradas, brillando redonditas, dormidas en su gorda tibieza desmigada. Un pollo regordete desmayado y enorme, comunal, generoso. 

Pollo con papas. que sabor a tan poco. Que carne hervida y lenta, que desgano. No se parece en nada al pollo que inventaba cuando aquella maestra interrumpía la vida impertinentemente y yo le respondía «pollo con papas». Mentira maravilla.

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