“La Paca» y su cocina eran equidistantes. Los ingredientes de su secano exiguos. Patatas viejas, tímidas cebollas y solariegas calabazas, hijas todas de repentinas tormentas y del saqueo a pozales del canal con destino al regadío. En el corral el gallo afónico maldecía su miserable harén, bajo el efímero mandato de un cerdo con gula, engordándose para la matacia#bocadillo. Dos fanegas #bocadillo sin arriendo #bocadillo, donde las encinas se agarraban terratenientes a los bancales, completaban la herencia de casa “Sabina”, su madre.
La ermita de la Corona, plácida antesala aldeana, nunca cambió de su pizarra el menú del día. Sopa de tapioca#bocadillo con huevo duro y pollo frito. Los cuartos de marfil y ocres eran el objetivo de los paladares infantiles, desconociendo entonces el valor del jugoso tubérculo. La abuela nos compraba perlas, pagándole con ascos. Sin embargo, ella jugaba sus bazas al amparo de la estufa de leña y su horno. Sus únicos artes culinarios, los guardaba para los rumores de la redolada y los nietos, certificados con nuestros besos. En diciembre, el lugar se citaba en casa Sabina, cada cual con sus ingredientes buscando el amparo de ”Paca” y sus empanadicos#bocadillo. El termostato de sus manos, controlaba los estertores del fuego, tras encontrar distalmente el punto a la masa y con su respingona el equilibrio entre la calabaza, las pasas, el azúcar y la canela. Cobraba el favor en piñones#bocadillo montañeses, distinguiendo el postre familiar el resto del año. La calle alta era un ir y venir de bandejas llenas y vacías, amoríos, leña y olor a forja, la víspera de Nochebuena, tras la cual las recetas de Paquita, la yerna#bocadillo, le darían una tregua.
Con el año nuevo, casa Sabina citaba tras el matarife#bocadillo a los que al tiempo serían comensales del tocino y sus tortetas#bocadillo. “Paca” sacaba la romana, tras medir cuan cubero la sangre, para darle compañía de pan rallado y harina en la cerámica. Con las rodillas hincadas amasaba con desparpajo, completando su receta con las especias añadidas según los dictados del sabor de sus índices. Abusando del despiste de los bienhallados, sacaba del delantal un paño disfrazado de ovillo, arañando con gracia su contenido si la desgracia sobrevolaba la casa vecina; con precaución para los afortunados; con avaricia cuando el abuelo destituía al gobernante del corral, en nuestro turno de matacía. Su secreto, asaltado por mi mirada infantil, estaba a salvo de mis preguntas indiscretas, advertido por el silencio de sus ojos y la amenaza de un tirón de orejas, dejándome un rastro aromático en la mejilla.
El cerdo se fue sin San Martín en verano, tras notar la ausencia del yayo. Las calabazas no florecieron y Paca decidió marchitarse con el otoño. Me dejó piñones en la despensa, un paño limpio doblado y el delantal salpimentado con sus sudores, el salitre de las adobas#bocadillo y los amargos sinsabores de la pobreza. En el lecho le pregunté por su secreto#bocadillo y me dibujo un mapa oral:
-Tienes dos fanegas.
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