Cogimos el coche en ese acogimiento que me esperaba.
Las curvas en tu mirada se me resplandecían los ojos.
La noche llegaba y la puesta de sol con esa luna refugiada.
Tengo hambre y sed enervada buscándote y sin saber si me buscabas.
¿Qué puede ser?
¿En la luz del día que se va? Me agito y te puedo ver en la claridad de la carretera,
busco tu mano y tú me tocas mientras tú sonrisa esbozas,
ardiente con un nudo en la boca.
Vamos a calmar esa ansiedad a esa casa de comidas que le llaman “A avoa”.
Si, las abuelas tenían secretos en sus ollas, tan pacientes, tan hermosas siendo el plato una joya.
Llegamos a lo rural, entre unas viñas quería comida sin saber que comer antes o después buscaba tu piel, tus sentidos con los míos, pero mientras pedimos vino hecho por Marcos: que dulce néctar aquel, entre en embriaguez mientras me contabas cuentos de aventuras pasadas.
Tortilla, que tortilla de gloria, me parecía que un coro sonaba y hacia latir mi columna vertebral.
Calamares del amor y la pasión, energía de los grillos en aquella morada cubierta de estrellas.
Pedimos la cuenta después del arropo del personal. Quise continuar con el gozo, ahora mi estomago estaba consolado y podíamos consolar ya nuestros cuerpos en las alturas de aquel monte donde habían recogido las romerías con las que tu soñabas.
OPINIONES Y COMENTARIOS