Hoy, mi hermana Delia y yo hemos almorzado en la Clínica. Tuvimos la revisión anual de la vista y, como salimos a buena hora, decidimos ir a probar suerte a la Cafetería. Allí los menús del día vuelan. Afortunadamente, quedaba un menú para nosotras. Para hoy había: de primero, crema de calabaza; de segundo, lasaña de verduras y huevos escalfados y, de postre, la famosa crema catalana.
 

Hace cuatro años que no venimos a revisión por cuestiones económicas. Se nos hacía muy difícil viajar desde Tenerife a Barcelona. Las dos estamos ahora muy bien, gracias a Dios. Nos hemos hecho la cirugía de lente intraocular por alta miopía hace ya dieciocho años. La mejor decisión que hemos tomado en nuestra vida. Y sí, las dos juntitas hemos compartido la misma habitación, hemos vivido la misma experiencia, experiencia llena de maravillosos sabores que estuvieron presentes en la transformación de nuestras vidas. 

Inolvidables sabores nos acompañaron también fuera de la clínica. Recuerdo los desayunos que tomábamos en la Pastissería situada en frente de la pensión. Aquellas exuberantes ensaimadas rellenas de crema con el delicioso paladín bien calentito. Sus famosas medallas de chocolate negro con avellanas formaron parte de la hermosa experiencia de ver nevar por primera vez, justo cuando salíamos a la calle.
 

El tiempo se nos pasaba rápido recordando. Pero, cuando llegamos al postre… Aquel sabor era inconfundible. Las dos nos miramos y sonreímos automáticamente. Sin lugar a dudas, la mano de Elisa estaba presente. El sabor era inconfundible. Teresa, la enfermera, nos había chivado el nombre de la creadora de las deliciosas cremas catalanas.

Muchos buenos recuerdos se nos han quedado grabados, que a día de hoy palpitan en nuestro paladar. No era cosa nuestra. El tema de la comida siempre salía a relucir en la hora del paseo en los pasillos de la Planta 3 entre las ocho y las nueve de la noche. Delia y yo éramos las más jóvenes de la planta. Luego nos seguía Jesús el malagueño, que se operó de lo mismo que nosotras y, Ahmed el argelino, con problemas de córneas. Los demás eran personas mayores, pero jóvenes de espíritu. Recuerdo a la señora Elisa, con 83 años y la historia de su adolescencia, sobre lo valiosa que era una col después de una guerra cuando se vivía en la ciudad. Y a don Juan, que con 80 años, aún practicaba el ayuno durante 5 días cada mes, comiendo manzanas verdes.
 

Nos dieron las tres de la tarde almorzando. Una señora gruesa y rubia con el pelo corto, de estatura media salía de detrás de la barra y, de pronto, escuchamos el nombre de Elisa. Una camarera del turno de tarde se estaba despidiendo de ella.
 

La intrépida de mi hermana se levantó rápidamente y logró alcanzarla en la puerta de salida. Enseguida me hizo una seña confirmándome que era ella. 

Hoy tuvimos la oportunidad de felicitarla por lo maravillosa cocinera que era y, especialmente por su espectacular crema catalana.

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