En la cocina de La Trattoria sonaba “O Sarracino” de Carosone. El chef Fabrizzio troceaba cebollas con gran habilidad, mientras Kevin, el recién incorporado aprendiz de cocina, trabajaba todo lo cerca de él que su generosa circunferencia y sus pasos de baile permitían. De vez en cuando y como acompañamiento a la coreografía, el chef se interrumpía para cantar alguna frase y marcarle el ritmo a Kevin cuchillo en mano. Entre olores de carne dorada en aceite y tomates, zanahorias y cebollas fritos, Kevin sentía una extraña mezcla de emoción y miedo. Había sufrido al chef en los servicios de comidas del fin de semana y el verle ahora extrañamente contento le desconcertaba. Lo que no sabía Kevin es que quizás esa sensación era lo más cercano a sentirse en el Nápoles natal de Fabrizzio, donde ahora estaba su mente. En la cocina de la nonna, con su olor a mantequilla, harina tostada y parmesano, siempre llena de niños con los que Fabrizzio tantas veces había compartido además de mesa, pedradas y juegos.
Era una noche de martes tranquila, así que mientras sacaban platos, el chef enseñaba a Kevin, entre cariñosas palabras de ánimo y advertencias de mano abierta, los secretos de la cocina italiana. Ese desconocido Fabrizzio había recibido incluso con deportividad las devoluciones de dos platos de una misma mesa sin un motivo claro. La noche continuaría de forma pacífica y entre aromas de pan recién hecho y albahaca, hasta que de esa misma mesa cuatro llegasen de vuelta los maravillosos lemon tagliatelle que Fabrizzio había preparado. La noticia de que la pasta estaba dura llegaría de manos de un camarero al que le temblaba la voz y haría que Fabrizzio, antes de que nadie pudiese impedirlo, saliese disparado de la cocina en dirección a la mesa mientras gritaba “Al dente, ignorante”. Contra todo pronóstico hablaría educadamente con la mujer mientras esta se limitaba a mirarle con desprecio y poner más y más mantequilla sobre su tierna focaccia.
Al volver a la cocina el chef apagó los grandes éxitos del “Viva Napoli” y en un volumen intencionadamente alto dijo “Kevin, muchacho, esta semana facciamo la lasaña con carne di puerco”. El chaval, con todo por aprender en la cocina pero ducho en la vida, con una habilidad ninja y de forma casi imperceptible para Fabrizzio se fue alejando lentamente con su tabla y su chuchillo, sorteando incluso en su camino un hermoso montón de tomates y cebollas además del fregadero. El resto del servicio transcurrió tranquilamente y con un Fabrizzio mudo. Después de sacar el último de los platos, el chef se dirigió a Kevin como si este tuviese algún poder para darle permiso diciendo “Hoy no posso limpiar, Kevin. Estoy alterato”. Cogió sus cosas y sin cambiarse de ropa salió por la puerta trasera y se puso a fumar ansiosamente. Cuando vio salir a la mujer de la mesa cuatro por la puerta principal tiró su cigarro y salió caminando detrás de ella por la oscura calle.
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