La fiesta de Francisco

La fiesta de Francisco

Ofelia Gómez

06/09/2020

Francisco daba vueltas y vueltas en la cama. La noche anterior había estado bebiendo y jugando a las cartas con sus amigos hasta casi el amanecer. Ahora todos, menos él, dormían tirados por los rincones exhalando un agrio olor a vino.

Caminó descalzo por la casa, llegó a la cocina y encendió la luz de la lamparilla que colgaba del techo e iluminaba las paredes salpicadas de grasa y salsas de tomates. En un rincón había varias ollas sucias y manteles llenos de manchas. En la heladera solo quedaban dos latas de cerveza y restos de fiambre.

Sintió que estaba cansado de todo, de la suciedad de la casa, de sus amigos borrachos, y también de su vida. Vinieron a su memoria aquellos desayunos en casa de sus abuelos, con la leche tibia en el jarrito de lata y las tortitas con azúcar que pasaba vendiendo una nena de la Bajada del Tiro.

Ya más tranquilo, se preparó una taza de café y cortó un trozo de pan, desayunó lentamente. Luego lavó ollas, platos y todo lo demás. Juntó los manteles sucios en una bolsa y limpió con un trapo las manchas de las paredes.

Se cambió la camisa, se calzó las zapatillas, y salió hacia la carnicería de Rivadeneira en busca de un poco de asado. En la calle corría una brisa extraña que caminó a su lado, empujándolo con delicadeza. Llegó hasta la vera del río y le pareció que volvía a ser aquel niño feliz que corría mojándose los pies.

Ya de vuelta en la casa sacó la parrilla a la vereda, hizo un bollo con papel de diario y lo rodeó con unas maderitas que había ido juntando en el camino de vuelta, alrededor distribuyó pedazos de carbón, acercó un fósforo y encendió el fuego que lentamente comenzó a crepitar. Al rato puso a asar la carne, y se quedó distraído mirando como se cocía lentamente, dejando gotear la grasa que le sacaba chispas a las brasas. Aparecieron otra vez los recuerdos de su niñez, en ese entonces tenía toda una vida por delante, llena de sueños imposibles.

Volvió a la realidad y entró en la casa, zamarreó a los amigos hasta que se despertaron y los envió a lavarse y ponerse ropa limpia. Cuando volvieran el asado estaría listo y podrían festejar, no importaba qué.

Fue una gran fiesta, llegaron cantores con sus guitarras, y hasta vino Telmo con el bandoneón. Bailaron y bailaron, y llegada la medianoche se despidieron con abrazos y risas.

Después de aquello, Francisco desapareció…

Ha pasado mucho tiempo y pocos se acuerdan de él. A algunos les pareció verlo en el Boliche de Firpo tomando un vino, otros decían que se fue por ese camino del Bajo que no tiene fin. Su vecina, doña Ana, vieja y sabia, aseguraba que lo vió pasar con el rostro iluminado por la felicidad, iba rodeado de sus recuerdos, y allá lejos, como en un sueño, lo esperaban los abuelos y su niñez.

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