Aquel ser metálico había entrado en la casa después de que Cindy y yo llegáramos a los insultos. Nunca me habían gustado las maneras toscas y la mala educación y Cindy de eso tenía mucho. No entendía lo que era la discreción, aquella pechugona destetada rompía todo lo que tocaba. Al poco de llegar ya conocía a todos los vecinos por su nombre y no había nada de ella que no supieran. Mi hija tras despedir a Cindy con lágrimas en los ojos, se había dejado aconsejar por mi nieto Noé y habían contratado los servicios del robot.

Era la novedad, a mi también me gustaba mucho verlo abrir las puertas y agacharse. Por las mañanas me miraba fijamente durante minuto y medio y después decía: sin fiebre ni tensión alta. Lo bueno de todo, es que mi nieto cada vez pasaba más tiempo en casa, tanto que incluso parecía estar instalado allí, pues había cosas suyas por todas partes. Tenía once años y era muy listo, sacaba muy buenas notas y resultaba refrescante porque no se parecía en nada a nadie de la familia. Noé se divertía muchísimo con el robot, se reía a todas horas. El robot fue modificando la manera de hacer todo en mi casa. La camelia no había que regarla así y el ángulo de luz que recibía no era el indicado. Y así con todo. A la hora de comer, cuando llegaba Noé, se sentaban a la mesa y el robot hablaba de la nueva obra que había que hacer cuánto antes y todos nos poníamos manos a la obra, a mi no me dejaba participar si después de un estudio de los posibles riesgos decidía que era peligroso, si no me dejaba unirme sin problema a sus quehaceres.

El salón dejó de ser el salón para convertirse en mi habitación, decía que el grado de humedad era más adecuado. Así pasaron meses, pero cuando todo estaba hecho, el robot se veía que estaba incómodo. Quería salir al portal a hacer más cambios, y aunque a los vecinos les hacía gracia no quería meterme en problemas.

En unas de sus escapadas por el portal, por la dichosa puerta que decía que no era segura, vio a Noé en la calle rodeado de unos niños más altos que lo insultaban. Como yo había insistido tanto en que no podía salir de casa, esperó en el portal, y desde allí iluminó con sus ojos un haz de luz rojo hasta los niños acosadores y hizo sonar una sirena. Los niños empezaron a reírse y a apartarse de Noé diciendo estupideces, porque es lo que eran: estúpidos. Noé se acercó al robot y juntos atravesaron el portal para volver a casa.

Al día siguiente a las dos y diez y ya sentados todos a la mesa, el robot dijo que tenía cosas importantes que hacer y que para poder realizarlas debía salir a la calle. Me opuse y pregunté con muchísima curiosidad que era eso tan importante que debía hacer. El robot contestó que debía “retirar” a unos niños que molestaban a Noé. Yo que no estaba al tanto de la situación le pregunté a Noé que niños eran esos que le molestaban y por qué. Noe dijo dos nombres y que por qué no lo sabía. Nerviosa, dije que no sabía en que consistía eso de retirar y que no quería saberlo.

Me pasé la tarde preocupadísima, había leído noticias de niños que incluso llegaban a suicidarse en tales situaciones, aunque no veía yo a Noé haciendo algo así. A la mañana siguiente y cuando Noé ya no estaba le dije al robot que podía salir a la calle si lo necesitaba. Al fin y al cabo, ¿ qué responsabilidad puede tener una vieja sobre los actos de un robot inteligente? Ninguna.

A la hora de comer esperaba impaciente la llegada de Noé y la del robot, Noé se presentó a las dos y diez como todos los días, nadie me dijo muy convencido le había molestado. Preguntó por el robot y le dije la verdad: tenía cosas importantes que hacer y ha salido. Comimos sin saber bien de qué hablar, pendientes los dos de los ruidos por si por fin llegaba el robot. Pero nada, pasaron las horas y nada. Noé decía que se había encontrado miles de cosas que hacer, yo no paraba de pensar en aquello de “retirar”. ¿Qué quería decir? Me hubiera gustado tener alguien a quién acudir, pero no había a quién. Cada vez el tiempo pasaba más lento. Pasaron días y a Noé nadie le volvió a molestar. Al contrario, los niños que le habían maltratado huían despavoridos si se lo encontraban. Una semana más tarde por fin el robot apareció en casa. Le habían ascendido, estaba sobre cualificado para cuidar de una vieja como yo. Parece ser que había mucha gente que “retirar” en mi ciudad.

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