El gato en el varadero

El gato en el varadero

Goya

29/05/2021

Sigiloso se escurrió por el follaje, atravesó una cortina de ixoras y se perdió hacia el varadero. El verano estragó todo el paisaje incluso a los hombres que se habían acostumbrados a venir todo el día. Su hora estaba entre las 5 y las 5:30 apenas con el despuntar de las mañanas. Por esta vez, confluyeron al cantar de los gallos.

La sinuosa callejuela descolgaba por ambos lados sendas hileras de autos viejos. Nadie podía tener un auto «de paquete» solos los del gobierno y el gobierno era del hombre » de los ojos bonitos».

José hablaba en voz alta mientras en el otro canal una vieja o tal vez una chica por sus arrebiates parecía una maestra de aula de las de «la revoluciòn bonita» reía a carcajadas, gesticulaba, amenazaba, sudaba contradicciones aprendidas.

El gato regresó con una lagartija entre los dientes. Ni se inmutó por los grupos que esperaban el surtido de combustible para ver si lograban en un buen tiempo acercarse a sus trabajos. Nadie trabajaba, vivían del contrabando de combustible. Maestros, profesores y los pendejos de las escuelas «trabajadores de la educación» vejados por una miseria de gasolina que  la mayoría salía a revender por hambre o por vicio. Ese era el trabajo diario como el del gato en el varadero que solía cazar todas las mañanas.

De un tajo engulló el pequeño «machorro» y se deslizó por el viejo puente, atravesó la calle y las entrepiernas de los policías de turno, vividores de la revoluciòn que estafaban a los transeúntes.

Ese día La necesidad crucifica muchos, Creo que se llevaron unas veintes motos con papeles y sin papeles. La excusa era no tener como saldar la deuda. Sin embargo, solo, esta vez al gato en el varadero le tocaba doble ración porque le encantaban los verdes visures.

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