EL NIÑO y el tiempo

¿Vivimos en el país de las maravillas?

Pensó el niño al despertar y contemplar el rayo de Sol que entraba por su ventana.

Aquella mañana podía levantarse “despacito” sin hacer ruido.

Era tiempo de vacaciones y si nadie se lo impedía podría descubrir ¡un mundo!

A dos kilómetros había un pequeño pueblo pesquero, donde los niños andaban descalzos, curtidos por el sol y el aire puro.

Algún día recorrería el monte y visitaría a “seño Manué” y lo vería haciendo boliche para vender su cisco.  Vivió más de 90 años ¡sin haber padecido ni una calenturilla de Luna! Le contaría la felicidad que le proporcionaba esa vida y le hablaría de los sonidos del monte. Lo escucharía atento, le interesaba esa forma de ganarse la vida, que para nada le dejarían sorprendido, no le era ajena la paz que colmaba los sentidos.

Otros  días cogería su bici y por camino de piedras, se atrevería a llegar al puerto. En la orilla los pescadores reparaban las redes;  Oírles hablar de echar el trasmallo de los vientos cuando amainan para salir de pesca. De la buena noche pasada a fondo tras la corvina. Del diferente trabajo de la Almadraba ¡con el enjuto capitán! De las veces que se habían quedado sin vientos  y se habían tenido que venir al pairo. Y de la buena enseñanza que de todas estas artes transmitían de generación en generación para así sobrevivir,  también de la recompensa tras el esfuerzo. 

Y vivió la orilla y sintió la espera,

dibujó la huella y pasó la ola, observó la gota cristalina de agua 

y pensó

¡se esfuma!

¡y… queda la espuma!

¡pasaba por la arena,

como por los años! 

Dulce ola que alisa sentires y encuentros.

Leer, grabar, recordar, vivir, expresar

¡desear!

a cada instante ¡no vivir muerto!.

“El regalo” ¡la vida!

Mejor regar,

mi limitado universo.

Cada gota,

cada palabra,

cada grano,

cada rocio

¡todo un mar!

¡al desaliento!

Tras la calma, algo nuevo. 

Suele haber Cala tras el acantilado

y nunca dejó de poner alas al viento de los buenos pensamientos.