Era un ritual el pasar la navidad en la casa de mis bisabuelos maternos; sus doce hijos y su descendencia.
Luego de la cena de Navidad, mientras los adultos anticipaban el brindis entre nueces, avellanas y dulces, la bisabuela Doña Vicenta, llamaba a los niños para contarnos un cuento. De todas las historias que relataba la que más me impactó fue la de Juan Viento, tal vez porque ella ponía mucha emoción al relatar y se grabó en mi memoria de por vida.
Decía también que la noche de Navidad tenía una magia especial, porque unía a la humanidad en un mismo sentimiento, y reinaba el amor en todo el mundo; así decía.
Doña Vicenta nos hacía sentar en un semicírculo en la galería, debajo de una lámpara de querosén enorme, con forma piramidal, y luego de hacernos notar los rayos de diversos colores que irradiaban
las llamas tras el vidrio, se concentraba; y abriendo lentamente los ojos azul celeste comenzaba este relato:
El accidente que Juan tuvo en la pista se comentó en todo el mundo; y su manera de “volar” por las montañas se convirtió en leyenda. Muchas personas y de varios lugares venían a conocerlo y a aprender de él.
Cumplió su sueño y se sustentó económicamente enseñando senderismo de montaña escarpada.
—Recuerden siempre —decía mi bisabuela —que la nobleza e integridad de las personas pueden transformar una desgracia aparente en real Bendición.
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