Era Semana Santa, disfrutábamos de nuestras vacaciones en la Cd. De Durango.
Al pie de la catedral contemplábamos su fachada estilo barroco, cuando se acercó a nosotros un niño modestamente vestido; todo de blanco, muy formal, quién nos ofreció contarnos la leyenda de la monja.
Como en otros lugares turísticos, estos niños se aprenden de memoria y de corridito su monologo. Sin una cuota fija, se dan por bien pagados con las monedas que uno les dé.
Movidos por la curiosidad, asentimos y prestamos atención.
Empezó con su reseña, que ahora intentaré contarles:
El niño había terminado su relato y con una amplia y hermosa sonrisa, esperaba su recompensa.
Por casualidad esa noche tendríamos luna llena y con todo el escepticismo y sarcasmo, dije que regresaríamos para ver a Beatriz.
Más tarde, mis hijos se encargaron de recordarme la promesa.
Pasadas las nueve de la noche, en lo alto de la torre, mis ojos incrédulos pudieron ver la figura de la monja.
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