“Había una vez en los altos de San Isidro una anciana llamada Nachita, que vivía en humilde casa al lado de un cementerio. Era una mujer apreciada y respetada por su amabilidad, los lugareños se preguntaban porqué vivía en soledad al lado del cementerio y por qué nunca se había casado.
Un día la anciana enfermó de gravedad, estando cercana ya su muerte, las vecinas del pueblo la cuidaban en sus últimos momentos y le aseguraron que estarían junto a ella en todo lo que necesitara.
Un día, en que la ventana de la habitación estaba abierta, se coló una pequeña candelilla blanca en el interior. la vecina que la cuidaba intentó espantarla en varias ocasiones, pero la candelilla siempre volvía al interior, y finalmente, cansada, la dejó revolotear al lado de la anciana.
Tras largo rato, la candelilla abandonó la habitación y la vecina, curiosa por su comportamiento y maravillada por su belleza, la siguió. El pequeño ser voló hasta el cementerio que existía al lado de la casa y se dirigió a una tumba. Aunque la tumba era muy antigua, estaba limpia y cuidada. Tras la desaparición de la mariposa, la vecina volvió a la casa con la anciana, pero ya había muerto.
La vecina corrió a contarle a los lugareños del lugar lo sucedido, incluyendo el extraño comportamiento de la candelilla.
En su juventud, Nachita se enamoró de un joven llamada Tadeo, con la cual iba a casarse. Sin embargo, pocos días antes del casamiento el joven falleció. Nachita se sumió en la tristeza, decidió que nunca se casaría, y fue entonces cuando construyó la casa al lado del cementerio con el fin de poder visitar y cuidar todos los días la tumba de su amado.
Nachita se había reunido al fin con su amado Tadeo.”
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