Apenas la vi por primera vez hace quince días pero me enamoré nada más conocerla. Todo lo que sabía de ella era por referencias y por llamadas teléfonicas. Y en una de estas llamadas fue como me enteré de que pronto vendría a visitarme. No se puede decir que nervosismo fuera entonces mi sentir dominante, más bien emoción y ganas de tenerla entre los brazos. Nunca, ni tan siquiera de adolescente o joven me había ocurrido algo parecido con una persona, pero ahora a mis recién cumplidos setenta años, aquello reverdecía viejos recuerdos y renovados sentimientos
Hoy, después de pasados los quince días más fabulosos de mi vida, ya la estoy echando de menos cuando desde el andén me dice adiós con su manita. Y es que María, hija de mi hija, sin haber cumplido aun dos años pudo por fin conocer a su abuelo. Y sin hablar aun, me habló mucho. Y me dijo mucho más que algunas personas con las que me he relacionado a lo largo de mi vida. Y con esa mirada, que sin decir decía, también me contó que ella me quería y que me echaría de menos.
Ahora pienso, que tal vez el año que viene cuando ya sepa hablar volveremos a vernos y quizá entonces ya me lo diga con palabras.
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