Convocado al amanecer avanzaba por el andén invadido por la adrenalina producto de la invitante notita.

Esperando un último trofeo para mi arte amatorio,oteaba,a través del translúcido telón de la senda de cemento, cuando ví una oscilante figura.

¡El engaño no auguraba nada bueno!, era un hombre. Proyecto de ojos hundidos color desesperanza, coronados con pelo ceniza adherido a su cráneo desestructurado.

Su boca de pez lanzaba espumarajos: ¡cabrón!, retrocedí ante su aliento de odre rancio. Me atizó en la mandibula, contesté con un rodillazo en la entrepierna. Cayó sobre mí, rodamos como ranas, lúgubre festín sobre un mantel gris.

Ya, en el lecho de chinitas, me escupió: ¡Cerdo, ella sólo tenía trece años!. ¡Yo corté la cuerda!

Escuché el silbato, la respiración de toro enrabietado del rápido. Lo cogí por las axilas,demasiado para mí. ¡Estúpido!, le dí en la carótida, lo amortajé entre rieles.

Salté al andén.Mi grito se confundió con el fragor del tren.Me repuse, un «Muy Interesante» informaba: hay 21 cm entre un tren y un cuerpo exagüe, estaba intacto.

Comprendí, su asimétrico cerebro me confundió con mi hermanísimo, empalado en la cárcel por émulos de Dios.

Lo arrastré donde acaba el muro, al final del andén.

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