Desde el andén, en el silencio cansino que espera el tren, contemplo rostros que se desdibujan monótonamente bajo el plomizo recuerdo del calor estival. Se dispersa mi mirada, se me escapan pensamientos al limbo de monólogos que Joyce prefiguró para quienes compartimos irremisiblemente esta atmósfera subterránea…
Mi alma se tambalea entre la gloria y la condena, y en el ínterin, surge desde el túnel un haz de luz que trae en volandas a una princesita a la que cantaban para dormir, en el regazo invernal de algún veintinueve de Febrero, casi siempre fiel aliado de Houdini…
Persiste mi memoria en evocar un tiempo que no sé si fue (preguntaremos a Calderón), en aprehender una quimera inefable que jamás ha sido mía, y cuyo anhelo, no obstante, me consume en nostalgia infinita… Un tiempo que se derrite entre mis dedos como relojes blandos, fugacidad que desconcierta mi razón,…
Y decido relegar este legado que comprime mi espíritu a un veintinueve de Febrero cualquiera, para dotar de razones al corazón, y tornar aquel en realidad efímera, suspiro contenido, escondido en blanco invierno… Igual que se esconde mi tren, tras la curva del andén…
Se ha ido… Lo he perdido…
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