Desde el andén te ví y ese día cambió todo. Durante unos segundos, mi vida se paró por completo. Yo te pregunté «¿Me recuerdas?» y sentí un escalofrío porque tu no sonreías, porque sólo me mirabas a los ojos. Me sentí como un payaso jugando a ser equilibrista. Patoso y desgarbado me subí a la cuerda floja jugándome la vida. Y yo, prisionero de ti, noté como mi corazón me agarraba el pecho y me zarandeaba para que escapara. «¡Corre!», me dijo. La duda llamó a mi puerta, pero aguanté, con esa pizca de valor que aún me quedaba. Tu no eras la misma. Yo tampoco, y sin embargo ahora, me parecías incluso más hermosa. Estaba seguro de que eras tu. La que con su sonrisa me dejó prendido hace ya tanto tiempo. Entonces me miraste, con tus ojos de miel y tu pelo largo. Y me diste un beso que lo cambió todo. Tu no volverías a estar triste. Yo nunca volvería a estar solo.
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