¡Estoy harta! Harta de todos y de todo, harta de mi misma y del peso que cargo en mis hombros. ¡Basta!. Basta de ponerme tacones para parecer más alta, basta de maquillarme para hacer parecer que mi piel no tiene imperfecciones. ¿Imperfecciones? Que absurdo, mi piel es dorada porque trabajo bajo el sol, tengo espinillas porque mis poros se tapan con tanta contaminación, tengo arrugas porque estoy viviendo ¡Mi piel no es imperfecta!
Basta de ponerme fajas asfixiantes para hacer parecer que tengo cintura marcada, basta de ponerme escotes que sean coquetos, pero no tan amplios que me hagan ver como puta. Basta de las medias que sofocan mis piernas. Basta de ser una “dama” que sonríe aún cuando le ofenden, porque las damas no se enojan, sólo demuestran su dignidad.
Y mientras grito todo esto en mi interior, me doy cuenta que también lo grito hacia el exterior, todos en el vagón me miran como si estuviera loca, pero no saben que estoy más cuerda que nunca. Así que en la siguiente estación decido bajarme, gritarles a todos desde el andén que pueden mirarme si quieren o liberarse junto conmigo, mientras que me despojo de mis estorbos.
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