Un nuevo día sigue avanzando, un día más, sin nada especial. Como siempre desde el andén observo. Ahora mismo hay una pareja despidiéndose. Ella lleva una maleta enorme y él la abraza mirándome con ojos de súplica, como si con el poder de su mente pudiera detenerme….son muchas las veces que he deseado controlar el ritmo de mis “tic-tacs”, sintiéndome responsable de la velocidad con la que transcurre el tiempo, cuando yo lo único que hago es reflejar su paso inexorable, para bien o para mal, despacio para el que anhela un reencuentro, veloz para el que desea que la persona amada jamás se aleje. Poco puedo hacer respecto a nada, sólo mantener mi ritmo constante como el de un metrónomo. El jefe de la estación sale de su oficina y se pone su gorra acercándose a la cabecera del tren mientras los viajeros más rezagados suben a los vagones. Sujeta el silbato entre sus labios y me mira expectante, mi minutero se desplaza dando un salto y en ese mismo momento hace sonar el silbido que parece impulsar a la máquina para que empiece a andar, cargada de sueños e ilusiones, de tristezas e incertidumbres, rumbo a otra estación.
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