El suelo se ha tragado mi garganta. Al otro lado de la mesa unas gafas se columpian impulsadas por unos dedos asépticos que me anuncian la presencia de un ocupa inoportuno. Apellido: Maligno. Nombre de pila: Cáncer. Siempre tan inoportuno.

El sueño se ha tragado mi garganta. La baldosa abre su puerta y solo por un momento,  escapo para atravesar el instante.

¿Hace veinte años?  En el Sugar. Yo me encuentro recostada en la barra a la sombra de un mojito. En la pista, un moreno prieto desata el aire a ritmo de salsa. Aprovecha algunas pausas gallardas para preguntarme al oído: “¿Bailas?” Y digo: “No”. Decido institucionalizar, noche tras noche, la rutina del miedo y observar el baile desde el andén.

¿Cuántas damas bailaron con él? No sé… Yo no.

Rebobino a la escena actual. Mi aliento despierta ante el escrutinio de una bata blanca  que quiere amortiguar  el olor a muerte.

A duras penas, mi saliva recupera su tránsito, y facilita el paso a una ocurrencia sin filtro que resbala inesperadamente por mi boca. Pregunto: “¿Bailas?”. La voz experta dice: “Sí”. Su mano atraviesa el desfiladero del despacho para rescatar mi invitación.

Subo al tren…

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