Desde el andén la vi cruzar la calle. Aunque había muchas personas alrededor mío, su belleza los desvaneció y los hizo invisible. Ella caminaba con prisa mientras la brisa jugaba con su larga y negra cabellera. Con cada paso que daba, se aproximaba cada vez más a mí. Mis ojos no podían dejar de mirarla. Entre más se acercaba, más rápido latía mi corazón. Estaba a unos pocos metros de distancia y aún no encontraba las palabras correctas para detenerla y se diera cuenta de que yo existía.  Me cuestionaba: ¿Qué es este sentimiento que me confunde y nubla mis pensamientos?  Sólo sabía que ella ocupaba toda mi mente. ¿Qué hora es? ¿Cómo llego al centro comercial Palatino? Fueron interrogantes que se me ocurrieron preguntarle a pesar de saber con certeza la respuesta. Cuando estaba a pocos centímetros de mí, sus hermosos ojos se tropezaron con los míos. Le sonreí y me sonrió. Me sonrojé y bajé la mirada. Mi timidez irredimible causó que me ruborizara y permaneciera inmóvil y en silencio por un par de segundos. Miré hacia atrás atormentado por no decir algo a tiempo mientras veía como ella se alejaba de mi vida para siempre.

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