Un día tan rutinario como cualquier otro. Desde el andén, Juan comprobaba el viejo reloj de pulsera que ese día hacía juego con su igual de viejo maletín. Llegó como siempre con preciso adelanto, tres trenes y llegaría el suyo. La línea 8 cada día le llevaba de Chamartín hasta su trabajo en las afueras. Como cada día se sentó en el último asiento del último vagón. Pensando que al menos era Viernes y para romper su rutina, se durmió. Como contraprestación, despertó varias paradas después, en Cercedilla. Sin embargo a Juan poco le importó, ya no era capaz de, aún despierto, salir del sueño por el que había estado flotando. Más que un sueño, una vida recuperada. Vio, habló y tocó a su abuelo. En esa misma estación, cuando Juan era niño y pasaba con él las horas, imitándole en la labor de jefe de estación. Prácticamente el único recuerdo que tenía de Gabriel, al que ya difícilmente le podía poner rostro.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />
Nunca un viaje tan corto, duró treinta años.
Desde entonces, un viernes al mes, falta al trabajo para acudir a la memoria.
Destino Cercedilla.
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