Con la mirada les pedí que me hicieran un hueco, me senté, oscile ligeramente hacia los lados para conseguir más espacio y posé el maletín en el suelo. Y allí me detuve. Necesitaba un momento de tregua con el mundo. Encajonado en el banco, entre la anciana vestida de oscuro y dos jóvenes inmigrantes – uno con rasgos asiáticos; el otro, con aspecto ecuatoriano -, disfruté, por la vacuidad del instante, del ir y venir de los viajeros. Como una gran manada de búfalos, bajaban del vagón tras el pitido del tren, marchaban hacia los túneles y se desvanecían camino de la luz del exterior. Otro cargamento humano deshacía el recorrido realizado por sus semejantes y desde el andén subían y se apiñaban en un nuevo convoy. Me sonreí, primero, para acabar riendo con ganas, consciente de una libertad recién adquirida, mientras la extrañada vieja me observaba de soslayo y sus huesudas manos aferraban con más fuerza su bolso.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus