Hace tres días acepté que iba a morir y es por ello que ya me da igual verme tan asqueroso. Tanto tiempo tirado en esta estación de tren, que me son indiferentes las miradas grimosas que veo desde el andén. Sin embargo, yo antes formaba parte de ellos. 

No era esperable este fin. ¿Por qué lo iba a ser? Todos los días he cumplido mi trabajo concienzudamente. Como las vías del tren, que permanecen inalterables y obedientes en todo momento, aunque el peso sea excesivo o la velocidad inadecuada. 

Y aunque yo no cargo con la vida de cientos de personas, sí llevo el peso de una de ellas. La más importante, porque la he sostenido durante mucho tiempo, hasta llegar a quererla. La quería tanto que no podía ser impermeable a sus sentimientos. Me preocupaba su agitación, me inquietaron sus prisas. No reaccioné bien ante la torpeza de sus pies apresurados. Golpe, vacío y golpe. 

Nunca había estado sin Derecho, pero no es su ausencia la que me aterra, sino la de ella. Donde antes estaba su pie, ahora solo hay frío. Un inmenso y terrible frío.  

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