Caminando. 

Al amparo de la noche, los sobrevivientes sólo ponían su empeño en caminar.

Esa eterna escalera horizontal, ciega guía en un camino sin destino, se abría en la oscuridad cómo única esperanza de llegar, quién sabe a dónde, quién sabe cuándo; la negra vía, improvisada ruta en el desierto de los caos, era en sí misma un poco luz y un poco sombra.

El pánico, lastre silencioso aferrado a cada piel, sin amenaza, sólo presente, sin estridencia, sólo presente. Vivo dolor en contraste con la muerte. Olor de muerte. Color de muerte. Sabor de muerte. Frío final, sórdido e irreverente.

Esos dos brillos ya se advertían a lo lejos, dos brasas enardecidas por la rabia. Los caminantes, envueltos en duda, sintieron el fuerte aguijón del miedo, una desazón que paraliza y anestesia, y en ese estado, cuando la razón se desdibuja y abre paso a la falsa esperanza de la última puerta, justo entonces, cruzaron las miradas con aquel ser que ya les observaba con odio desde el andén.

Cuatro los aventureros, cuatro sólo los que osaron salir del refugio, y los cuatro con la idea fija en ir al encuentro del fin. Más digno, más integro, más pronto.

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