Se puede ser testigo de muchas cosas pero un día cualquiera vivido desde aquí, desde el andén, bien valdría dedicarle una columna en el diario Informaciones.
El trasiego de gente presurosa, llantos desconsolados, gritos de alegría, el denso vapor de la locomotora que deja entrever, a duras penas, las siluetas de quienes, rápidamente, quedan o marchan. Disfruto jugando a imaginar lo que les pasa.
Un beso furtivo robado, miradas de complicidad y deseo ante esa partida que esconde un engaño, pañuelos que van y vienen, que caen, un maletín sin dueño, escandalosas jovencitas que esconden sus vestimentas prohibidas bajo sus largos abrigos, el ladrido de un perro que queda ahogado con el sonido sordo de mi silbato previo a dejar fluir las palabras tan esperadas; tan odiadas: “Pasajeros al treeeeeen”. De pronto…el silencio, el vacío, la soledad, ¡Qué tristeza! se acabaron las emociones…
Sólo unos breves instantes antes de que se rompa la quietud y vuelta a empezar.
¡Cómo adoro mi trabajo! Cada historia me pertenece, todos son mi familia, me hacen reír, llorar, me mantienen vivo.
– ¡Señor, Disculpe señor!, el tren va a partir, debe apresurarse-.
– Papá, ¿otra vez aquí?. Anda, volvamos a casa-.
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