Tic, tac, tic, tac, el sonido de aquel reloj grande, colgado en lo alto, resonaba constantemente acelerando mis latidos, el tiempo pasaba, y tú… tú no llegabas.
Sentada en un banco de forja negro, -cual Penélope- con mis zapatitos de tacón y mi vestido verde. El «verde», ¡me encanta ese vestido!, me dijistes la última vez que nos vimos, aunque creo que ha sido tan solo hace un instante. ¿Y ahora?… ¿que hago aquí esperandote?.
Aquí en Atocha, son las tres de la tarde y este dichoso reloj no para de sonar… tic, tac, tic, tac.
No recuerdo haber llegado contigo y aquí estoy, deseando verte llegar. Mirando hacia el anden, llega un nuevo tren, no te veo bajar, aquí, desde el anden mis ojos te buscan… ¿donde estás?, tic, tac, tic, tac.
Oigo una voz. ¡Señora, señora! ¿se encuentra bien?. Abro los ojos, veo trozos de metal doblados, el anden bajo mis pies resquebrajado, huelo a quemado, empieza a nublarse la vista, no tengo fuerzas para respirar, me miro el vestido verde y me acuerdo de ti.
Ahora sé que el que esperabas eras tú. ¡Voy contigo amor!, tic, tac, tic , tac, vuelve a sonar el reloj.
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