Una mañana lluviosa, en aquel vagón casi vacío, sentía liberar la sombra del pesimismo que me ahogaba desde hacía tiempo. Necesitaba ordenar mi mente observando la vida a través de la ventana, imaginando la mía en una vorágine de imágenes superpuestas, haciendo de ella un largometraje en cada cambio de escenario; mezcla de ficción y realidad. Mis vivencias tomaban forma y perspectiva al librar los pensamientos: en el vaivén de cada estación, en cada paisaje desgranado de colores, en las huellas nítidas de lluvia incesante…

Con los ojos fijos en la incertidumbre, de repente, lo vi. Desde el andén, sus ojos negros, penetrantes y a la vez ausentes, se cruzaron con los mios y, por un instante, ambos se fijaron, sin parpadear, con la franja de segundo que el tren se movía y separaba nuestras miradas.

Final de un trayecto profundo y exhaustivo, de reencuentro conmigo. El crepúsculo dispersaba el entorno reflejado en el cristal y tomé conciencia del traqueteo de la locomotora acercándose a la estación; un andén solitario pintado con luces tenues al atardecer incitaba a apearme. Y una visión: ¡¡SUS OJOS NEGROS, AHORA ILUMINADOS¡¡. Supe cual era mi «próximo destino».

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus