Llegaba apurado y con ansiedad ante la idea de no encontrarla a tiempo. Me precipité por la escalera lo más deprisa que pude y a punto estuve de chocar con una pareja que estiraba su despedida. Desde el andén buscaba un pañuelo rojo y un bolso a juego. Acercándome a mi vagón pude verla observando con discreción la zona por la que yo avanzaba. Me reconoció al instante y yo me acerqué torpemente hasta ella. Antes de esbozar siquiera un saludo, ella se acercó, me llamó por mi nombre y me beso dulcemente en la mejilla.

– Hola Carmen, casi no llego.

– No importa. Estamos aquí y tu tren aún espera – dijo con aplomo.

Mientras su sonrisa me desarmaba por completo pensé en un imposible cambio de planes. Entonces me cogió de la mano, y me llevó junto a la entrada del vagón. Abrazándome, me besó dulcemente en los labios. Retrocedió y sin dejar de sonréir esperó hasta que nuestras miradas dejaron de buscarse a lo lejos.

Pensativo, busqué el folleto de la agencia Dulce adiós: «Despedida intensa: incluye beso en los labios y abrazo. Despedida premium: incluye besos apasionados y caluroso adiós». La próxima vez será.

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