Desde el andén miraba, pero no veía. Buscaba, pero no encontraba. No había, en aquél momento, algo más frustrante para él que estar esperando a quien no llegaba.

Desde el andén, y mirando a un túnel que, de lejano, casi ni se intuía, se empeñaba en ver un tren invisible que no aparecía. Ataviado con su abrigo más caro y sus prendas más pesadas, vencía los fríos escalofríos que cada mañana el sol le daba.

Desde el andén, la gente lo miraba. Mientras, él solo pensaba en que lo imposible no tiene por qué serlo, si no, simplemente, improbable. Y lo improbable, solía decir, por definición, era probable.

Desde el andén mucho pensaba, pero poco concluía. Y mientras ideaba y divagaba, aunque ya ni razonaba, tras un grito desgarrador ahogado en un silencio ensordecedor, encontró lo que buscaba. Vio aquello que miraba. Llegó lo que esperaba. Lo imposible le dio la razón de que solo era improbable, y más que probable: real.

Desde el andén, sin intención de marcharse, se aflojó la bufanda. Se desabotonó el abrigo, y sacó de su bolsillo su libreta y su bolígrafo.

Desde el andén, tras una larga espera, puso fin a esta historia.

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