Desde el andén veo cómo se ilumina la pantalla, ya amanece, oigo el susurro del mar de bits lamiendo los raíles a mis pies y unos píxeles blanquecinos me salpican la vieja piel de cuero al romper contra el andén.

Siento el cuero endurecido y cuando cierro mis bisagras aún la veo, qué noche más larga, su suave cubierta de raso rosa palo, la forma de cerrar su boquilla. Un bolsito tan delicado y elegante con una maleta de cuero viejo como yo, siempre supe que no duraría. Pero dejé mi vida de vagabundo por ella, dejé de viajar y alquilé un pequeño trastero para los dos. Sé que fuimos felices. Al principio.

No puedo, abro las bisagras y aún les veo, el raso rosa junto a la negra piel lustrosa de ejecutivo y esos condenados cierres dorados, riéndose, me chirrían los cierres. Ya nada me retenía en la ciudad, el tren me llevó más lejos que en ninguno de mis viajes. Había oído hablar de ello. Donde los raíles se adentran en otro mundo, puedes oír los bits llamándote. Si lo cruzas te conviertes en una maleta de datos, no hay vuelta atrás. Nuevos viajes esperan.

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