El viejo Anselmo estaba tan enfrascado en sus pensamientos que no había reparado en un muchacho de pelo al estilo medieval que hacía sonar una sobada guitarra desde el andén.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

   Al final de su balada el joven solicitó unas monedas como contribución a su causa, más que a su arte, y al entregarle las suyas, Anselmo le preguntó por curiosidad:

   -¿Para donde viajas, amigo?.

   -Voy hacia Europa… si es que reúno el dinero suficiente.

   -Ya veo, con la crisis se ha puesto de moda viajar al extranjero.

   -Yo lo tengo claro –explicó el guitarrista- Si aquí no hay trabajo tampoco pretendo ser una carga para mi familia. Así que voy a ver si me las arreglo fuera, sin que nadie pueda pasarme factura algún día por haberme mantenido.

   Al viejo le martilleaba la sien aquella postrera frase del joven. Realmente eso era lo que él pretendía con su viaje a la ciudad, pasarle factura a su hija por haberle dado el ser.

   El convoy iba a partir y Anselmo lo dejo marchar. Volvería al pueblo para sembrar de nuevo sus campos permitiendo vivir la vida a su hija libremente, sin rémoras, cosa que a él jamás le permitieron.

 

 

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