Clac, piuff. Vuelve a meter la mano en la bolsa de pipas sentado en un banco de la vía 3. Repetitivo, hierático. Observando a los pasajeros que suben y bajan de trenes regionales cada 9 minutos. Inventando historias. Buscando miradas que despierten su curiosidad.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />
Apoyado en la barandilla de la salida de acceso, con la mochila del Instituto medio caída en su hombro y la música del móvil enredando historias en su cabeza, pierde la mirada en los trenes de otras vías.
Andando de un lado a otro. Inquieta. El tacón alto y una falda pendiente de revisión. En su mano derecha una carpeta llena de papeles, en la otra un cigarro fumado con ansiedad. No hay punto concreto que detenga su mirada, ni sonido que la calme.
Con la mirada triste y el uniforme de estación, el supervisor con un horario de trenes en la mano recorre los andenes. Con ansia busca entre la gente que sube y baja de los trenes. Pero ella no aparece.
La Muerte desde el andén saluda a Cupido, tumbado en una viga alta mientras observa a los viajeros. “Buenos días, ¿a quién dispararás hoy?” “A quien no te lleves tú con tu abrazo”
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