Estoy esperando, pero no llegas. Y créeme, esperar en el andén no es que me guste ni mucho ni poco. No me gusta. Si estuvieras aquí, si llegaras, no me importaría esperar. Pero esperar en el andén, sola, no. Es tarde, hace frío, tengo ganas de volver a casa y tú no llegas. Te he llamado al móvil: apagado o fuera de cobertura. No sé de qué me extraña. Estarás con la rubia, tus dedos enredando en su pelo, diciéndole las mismas mentiras que tendrían que ser solo para mí. Estoy en el andén, sola, con este frío en el corazón. Espero. Lo hago porque sé que llegarás y no me importará lo que hayas hecho. Ya no estaré sola. Y cuando estemos dentro del próximo tren lo habré olvidado casi todo. La rubia, tus dedos enredando en su pelo. Y me diré algunas palabras de consuelo mientras espero en el andén. Te estoy viendo. Por ahí vienes, las manos en los bolsillos, tus dedos encrespando un mechón de pelo imaginario, con tu abrigo de la buena suerte, inmune al frío. Esperamos juntos en el andén: tú y el fantasma en que me he convertido.

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