Vestida de organdí blanco esperaba, desde el andén, la llegada del tren de las nueve y diez. A diario la misma decepción en tonos sepia. Una mueca en blanco y gris. El mismo interrogante en sus ojos oscuros; una imagen parada en el tiempo de la desidia.

Quise decirle que él ya no volvería, que su espera era vana; quise gritarle que después habría un tiempo en rojos y verdes, azules y amarillos. Solo quería que aquel cuerpo, casi transparente, me mostrase que más adelante había retomado su vida.

Nunca se lo dije y ella jamás me escuchó. En aquel viejo álbum, tan solo era una antigua fotografía.

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