Llueve. No es que me moleste la lluvia, uno se acostumbra a lo que ocurre de manera natural y continuada y se echa de menos si no llega pero el dolor en la rodilla izquierda es cada vez mayor con la humedad. Si el tejadillo del andén se hubiese arreglado el verano pasado al menos habría donde esperar seco pero a quien le importa ya el tejadillo.

En cualquier caso no habiendo en la estación nadie más que el mismo y una pareja de palomas hay sitio suficiente en la oficina donde esperar a cubierto.

Son las cuatro y ocho minutos y finalmente se escucha a lo lejos el traqueteo del Cercanías. ¡Ocho minutos de retraso! Hace tiempo que nada llega cuando debe pero no está mal para un día de lluvia.

Silbato. ¡Pasajeros al tren! Silbato.

Allá va. El último tren que pasara por el andén de la estación de Pueblochico, destino la ciudad.

Cojeando Antonio cierra la oficina, cojeando recoge la bolsa que durante más de cuarenta años ha llevado su almuerzo, cojeando cierra el pequeño edificio. Cojeando emprende camino a casa y una lagrima de adiós se confunde con la lluvia que se desliza por su rostro.  

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